sábado, 27 de abril de 2013

El trabajo no se compra

Los gobiernos no crean empleo, a lo sumo, parecen sentirse obligados a promover políticas destinadas a facilitar la iniciativa a todos aquellos que quieren comprometer su dinero para crear su propia empresa o negocio. Perdón, ya me gustaría que fuera así. Yo me conformaría con que no metieran mucho las narices donde no deben, y que no le complicaran tanto las cosas a la gente en este tema como lo suelen hacer habitualmente. Lo que aquí acostumbran a llamar “Políticas Activas de Empleo”, suelen pretender mantener la ocupación a cualquier precio, socializando ampliamente los riesgos de cualquier iniciativa de trabajo que se preste, sin importar mucho que el déficit que esto pudiera generar fuera más allá de lo que sobre cualquier empresa o negocio se puede asumir. No suele haber delirio laboral que no cuente con la prodigalidad del político de turno, tanto de izquierdas como de derechas. La subvención es el pecado capital de este país. Es algo así como un contrasentido. Un país que compra el trabajo es como un infeliz que tira del cajero para comprar el amor. Al final, siempre acaba sin pasta y sin tía, y en el ámbito laboral, sin blanca y sin chollo, y en el económico, además con deudas. Lo que para mí está claro es que es un mal negocio; de hecho, paradójicamente, donde se tira del teto para prodigar este tipo de políticas, doblan el paro de las más solventes. La oposición, fina estampa zapateril, sigue erre que erre manifestando que hay que endeudarse más, ciega frente a cualquier límite, pensando siempre en el efecto de la inmediatez, por supuesto, hasta que nos quedemos sin blanca. La mayoría de los negocios que actualmente están consolidados son los que nunca han arraigado detrás de una subvención, los que florecieron con el mimo, la tenacidad y el esfuerzo, de gente que asume compromisos que ningún dinero público puede conseguir. La economía arrancará cuando las empresas y la gente comiencen a finiquitar sus deudas, volviendo a disponer de un margen de liquidez que les permita gastar y mejorar sus negocios, solicitando créditos que sí luego podrán pagar. También arrancará cuando el estado se comprometa a gastar menos de lo que ingresa, y pueda saldar sus deudas sin someter a la sociedad a una especie de régimen confiscatorio que anula el incipiente margen de solvencia que familias y empresas empiezan a manejar. Mejorará también haciendo un poco más atractivo al capital productivo las condiciones laborales y fiscales, asumiendo que habrá que trabajar más y mejor, reiniciando el sistema contribuyendo todo el mundo a la mejora de las cosas, con sacrificios que hasta ahora desconocíamos, pero inevitables si realmente queremos garantizar nuestro futuro. Comprar el empleo no es la solución.