domingo, 25 de noviembre de 2012

Solvencia o desarraigo

No hay nada más explícito para reconocer la solvencia de aquellos que pretenden ser ciudadanos de un país, que exigirles previamente que fagociten un hermosos trozo de “ladrillo” por el módico precio de 160.000 €, a cambio de recibir los “papeles” para poder residir en él. A mí, en particular, no me parece muy mala idea. En Grecia no sólo se lo están pensando, creo que ya han tomado la decisión de implementarlo, al fin y al cabo, el ladrillo floreció en los arrabales de Europa como la malva en los periodos estivales de los años previos a la hecatombe económica, en el “desgüeve universal”, en la aguda crisis económica, social, moral, política, cultural, etc., etc., que motivó el declive de una sociedad que llevaba tiempo anclada en el delirio y en la risa. Aliviar así el pasivo inmobiliario evitando de algún modo que al contribuyente le vacíen todavía más el bolsillo, es algo realmente novedoso. Hay muchos excursionistas del Este que visitan nuestro país interesados en una segunda vivienda para veranear, y aunque aquí se les mira con cierta “suspicacia”, la verdad es que son muchos al año dispuestos a gastar como el que más para poder disfrutar de unas buenas vacaciones. No se debe confundir residencia con nacionalidad, aunque el permiso de residencia sea la vía más común para adquirir la nacionalidad al cabo de un tiempo. Muchos piensan que era más bonito antes, cuando podía uno empadronarse con un ticket de supermercado, poniendo luego el país, sin reparo alguno, todos los recursos que disponía para la obligada atención de aquel al que se acoge, incluso más tarde se les dotaba de una serie de ayudas que les permitiría sobrevivir por largo tiempo. Curiosamente, la tradicional inmigración arraigada, como la procedente de Uruguay, Brasil, Perú, etc.., se le ponía límites, que implicaba en ocasiones la obligada vuelta a casa al pisar nuestro territorio. Recuerdo en Montevideo, en su día, el desaire del embajador español con el Ministro de Exteriores Uruguayo por un incidente de este tipo. Para la otra “simpática” inmigración no procedían estas cosas, acumulando una burbuja de desarraigo que ahora revienta al no haber recursos para poder acogerla, ya que desgraciadamente nada se exigió previamente para que estas personas no fueran muy vulnerables a caer en la más sórdida desdicha, acabando muchos, en el mejor de los casos, deambulando entre los contenedores para poder llevarse a la boca algo que comer. En fin, creo que hoy los “papeles” sí se cotizan caros, o la solvencia o el desarraigo.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Una oportunidad


No son las políticas económicas populistas las que a medio y largo plazo mejorarán la situación. Es difícil que la gente pueda entender que las cosas dejaron de empeorar, cuando los únicos índices que se manejan son las cifras del paro y los registros periódicos de la prima de riesgo y de la bolsa. Siguiendo estos índices es imposible analizar con cierta profundidad el estadio de la crisis, e intentar valorar con seriedad el efecto de las medidas que se adoptan para contribuir a reparar la coyuntura económica. Aún así, hay quién sigue apostando sin pudor alguno por las políticas que nos han traído hasta aquí, a este desarraigo económico que nos viene estancando e impidiendo prosperar, haciendo hincapié única y exclusivamente en la deriva de estos “pseudo-índices”. Aumentar el gasto público para paliar la situación, subvencionando y motivando artificialmente la economía, esperando que puntualmente mejore el desempleo al amparo de la socialización del riesgo de cualquier incierta iniciativa de trabajo que se preste, es un error descomunal. Pan para hoy, hambre para mañana. El goloso estómago estatal no puede seguir viviendo a cuenta de generar déficit que inoportunamente puede llegar a dejar de afrontar. Ejemplos tenemos en algún momento de la historia latinoamericana, donde algunos países llegaron a tener un desarrollo impresionante, con una clara tendencia a seguir los pasos de Australia, Suiza, Canadá o de Los Estados Unidos de América, pero con la llegada del populismo y las dictaduras, con políticas destinadas siempre a calmar a la gente en la inmediatez, destruyendo la competencia, ahuyentando la inversión foránea, comprometiendo la innovación, dilapidando el erario público, etc., provocaron un dramático estancamiento. Ese estancamiento arraigó en el ADN de esos países, obligándoles a orbitar permanentemente en una espiral de declive al estar atrapados en una idiosincrasia subsidiada, convirtiéndose en tabú hablar de productividad y de una estructura económica más eficiente, para no desbaratar las pretensiones de espantosos gobiernos que solían y suelen perpetuarse gracias a todo esto, pero que nunca fueron ni serán capaces así de resolver el dilema que curiosamente los acreditan, el dilema de la resolución de la pobreza. Nosotros debemos pagar nuestras deudas, pero es mejor vender patrimonio, racionalizar los gastos y servicios, que freír a la sociedad civil a impuestos para sostener una estructura administrativa y territorial, que al ser imposible de mantener, actúa como un puto lastre que nos ahoga a todos, menos a los que viven muy bien a su cuenta. Está pendiente la reforma estructural para no asfixiarnos en los próximos años, está pendiente mejorar la formación de nuestros jóvenes inculcándoles el compromiso y el esfuerzo en el estudio como pilar básico para que puedan en el futuro hacerse dueños de su propia vida, falta eliminar todo tipo de subvenciones, incentivando la inversión permutando carga impositiva por capital comprometido en la financiación productiva, y falta ese afán de superación en una sociedad que no acaba de creer en sí misma. Afrontar una crisis masiva, como una oportunidad individual y colectiva que cambie el rostro de un país anclado en una gran mentira durante años, es nuestro reto.