miércoles, 10 de agosto de 2022

Un país es su energía

 


 Un país es su energía

Sobrevivir sin la electricidad es casi imposible hoy en día. Sólo nos percatamos de la importancia de esta forma de energía, vital para el desarrollo social y humano, cuando no podemos disfrutar de los servicios que se derivan de la misma.
La refrigeración, la iluminación, la limpieza, la tostadora, la cocina, el horno, la calefacción..., en todo se precisa para que cada día podamos disfrutar del escaso albedrío que nos queda después de plegarnos al monótono rigor del horario laboral, esperando que la jornada no defraude y nos brinde el sustento para pagar todo aquello que necesitamos y disfrutamos.
Y de pagar va la cosa, ya que ahora casi es un privilegio para muchos el poder disfrutar de gran parte del bienestar que la energía nos aporta por el desorbitado precio que tiene el kwh; para más inri, es posible que ni pagando vayan a poder disfrutar de este bien tan necesario aquellos que hasta ahora se lo podían permitir, porque estamos al arbitrio de un sátrapa que condiciona el aporte de la energía que necesitamos, nada más y nada menos, al favorable transcurso de una guerra.

¿Cómo llegamos a este punto?

Nadie en su sano juicio debiera articular política alguna de energía sin pensar en la independencia energética de un país y el precio máximo que es posible ofrecer a su ciudadanía para que este bien tan básico y necesario pudiera estar al alcance de cualquiera. Pero no, el frenesí verde fue el argumento de un nuevo dogma donde parecía fácil para algunos encauzar un gran negocio porque el riesgo del mismo era asumido por todos, ya que todos pagamos de algún modo el sobrecoste de este delirio a través de la factura de la luz. Y así, hasta que todo quebró, y la tan cacareada marea verde no es más que una ingente cantidad de vatios que no pueden aportar la energía necesaria y a un precio razonable para que todo el mundo pueda disfrutar de ese bienestar que nos reportan. Se desprecian las energías tradicionales, incluida la hidráulica, −que son las que realmente aportan la mayor parte de la energía disponible− para garantizar el pago y el negocio que se cuece en torno al loable propósito de enverdecer la energía sin importar a nadie la repercusión social y humana que tiene su coste y escasez en un momento dado.

¿Quiénes son los responsables de este despropósito?

No conocí político que se precie que no se subiera al carro verde energético sin reparo alguno. Como en la mayoría de las cosas que la rastrera política maneja, quien no se sube al tren de la moda es un facha consumado, vil asesino del planeta y que no es consciente alguno del peligro que el cambio climático nos reserva en esta ocasión. Así de simple se despacha a todo impertinente que cuestione cada paso que la dictadura de lo políticamente correcto nos dicta. Además, parece estar claro que nuestros políticos nunca son responsables de las decisiones que toman, y quien hace la ley parece hacer la trampa, porque no se sabe de nadie dentro del amplio pelaje político que diera cuenta alguna de este fiasco anunciado. La responsabilidad va más allá, pero quien se atribuye los triunfos debiera luego oportunamente asumir también la responsabilidad cuando las cosas no salen como se esperaba. Ahora, el ciudadano tendrá que asumir como pueda lo que le impongan los mismos que tomaron esas decisiones que nos trajeron aquí, a esta indigencia energética, que pretenden superar imponiendo por decreto a todo quisqui que la calefacción y el aire acondicionado estén a niveles de risa.

¿Y ahora qué?

Está claro que recomponer el asunto pasa por replantear el “trust” energético, ajustando lo mejor posible las cosas para garantizar que la energía que necesitamos venga de un equilibrio razonable entre la garantía del suministro, el coste del kwh y los niveles de contaminación, ya que el medio es vital para poder preservar nuestra supervivencia, pero de esto a lo otro, a lo de una doctrina incuestionable porque el de turno la quiere mucho más verde que un guisante, imponiéndola inquisitorialmente a pesar de que corremos el riesgo de volver de algún modo a la Edad Media, no.

Iam

lunes, 28 de febrero de 2022

El precio de la libertad

Nunca hubo una guerra buena, pero mirar hacia otro lado cuando al vecino lo pisa un tirano sin escrúpulos dice muy poco de cualquiera. No hace muchos años, ya hubo antes un conflicto no muy lejos de donde hoy se inicia una guerra, pero, en aquella ocasión, Europa nunca hubiera movido un dedo si no fuera porque los norteamericanos iban delante. Hoy parece que no ha cambiado nada, y el sátrapa en cuestión nos ha tomado la medida. Ya entra a saco, ya puesto, amenazando la integridad de Suecia y Finlandia.

En nuestro paraíso, dejar que el tiempo se haga cargo de este lamentable episodio supondrá un reguero de muertes anónimas que no alterará la rutina diaria de nadie, pero pienso que es una auténtica vergüenza contemplar pasivamente el desamparo en que queda un pueblo amigo abandonado al devenir de la suerte y dejándolo a los pies de los caballos, esperando que la providencia de un sátrapa nos contente a todos brindando una paz servil para que cese la guerra.  

Como en todos los conflictos bélicos, la vida de muchos inocentes acabará aquí, sin olvidar la de los soldados y de cualquier otra persona que pudiera correr la misma suerte, pero no es menos cierto que destaca la indiferencia del mundo hacia los inocentes cuando sufren la represión y la muerte de taimados canallas.

Dejo aquí una cita del filósofo británico Jhon Stuart Mill, que, para el que lo pille, entenderá por qué hay que apretarse los machos con un elemento como Putin, porque no sería de extrañar que cogiera carrerilla y llegara a las puertas de nuestras casas:  

“La guerra es una cosa fea, pero no la más fea de las cosas. El deteriorado y degradado estado de sentimiento moral y patriótico que piensa que nada vale la guerra es mucho peor. La persona que no tiene nada por lo que estar dispuesta a pelear, nada más importante que su propia seguridad personal, es una criatura miserable y no tiene ninguna posibilidad de ser libre a menos que sea hecha y mantenida por los esfuerzos de hombres mejores que él.”


La música del vídeo "Himno a los Caídos" es de John Williams, y el vídeo honra a los soldados que amparan las libertades que hoy en medio mundo se disfrutan.