domingo, 15 de enero de 2012

A.


    Osiris, el dios del inframundo en el Antiguo Egipto, se quedaría acojonado escuchando los comentarios de bar hechos por la izquierda más “solvente” de Europa, arraigada plácidamente en el País de las Maravillas. La Conspiración de las Agencias de Calificación y el Masivo Ataque Especulativo, serían los dos grandes titulares que esbozaría la “siniestra”, nunca mejor dicho, para seguir convenciéndonos de que una merma en nuestra “nota”, no es ni más ni menos que producto de la “arbitrariedad” con la que se despachan las “malvadas” agencias de calificación, exigiendo siempre garantías sobre la ingente cantidad de deuda “pillada” por el país, para que no acabe vaciándoles los bolsillo a los “infames especuladores” que se atrevan a comprarla.
    Si tuviera “pasta” y pensara comprar bonos del País de las Maravillas, lo primero que haría sería informarme lo mejor posible sobre el riesgo que conlleva comprarlos y la rentabilidad que se ofrece por ellos. Para poder valorar si merece la pena comprar un determinado activo, recurriré, sin duda alguna, al oportuno informe emitido por una de las agencias de calificación más reconocidas. La nota emitida por estas agencias será para mí más o menos importante según la fiabilidad que yo le asigne a su criterio, y aunque puedan equivocarse en alguna que otra ocasión, lo cierto es que cuentan con especialistas muy buenos, cuya nota emitida sobre la “mierda” de bono que pueda adquirir, condicionaría mi decisión. Yo pasaría a ser uno de esos malvados especuladores que se atreven a comprar la deuda generada sin control por países cuasi bananeros, que ahora reivindican sin cesar una agencia de calificación propia, para no dejar en manos de agencias de calificación externas el criterio de la nota, y poder manejarla oportunamente para no desbaratar la compra de bonos por parte de esos “malvados especuladores” cuando se prestara la ocasión, ya que son los únicos que realmente van a aportar liquidez en condiciones como las actuales.
    Cuando un país depende desesperadamente de la oportuna venta de sus bonos para aportar liquidez al estado, si no es capaz de reducir su deuda incrementando el Producto Interior Bruto, tendrá que reducir sus gastos al máximo posible para evitar contraer más deuda de la que realmente puede pagar. El gobierno actual parece entender mejor el valor de la nota emitida por las agencias de calificación que el anterior, manejando la presión como un acicate que le exige comprometer su poltrona tomando decisiones, muchas veces impopulares, pero necesarias, para poder hacer frente con éxito a la complicada situación económica que se vive.
    ¿Arriesgarían su capital los especuladores para comprar deuda de un país “bananero” con una nota esbozada desde una agencia de calificación propia? ¿Podría un país menesteroso sobrevivir sin la oportunidad de que transformen su deuda en billetes los “malvados especuladores” ?
    En fin, cuanto más nos cueste caer de la burra, más dura será nuestra situación.

viernes, 6 de enero de 2012

¿Prestan o no prestan ahora los bancos?


    Corren ríos de tinta sobre el por qué los bancos no prestan dinero a todo aquel que parece necesitarlo para poder llevar a cabo una idea que contribuya a mejorar la precaria situación del paro. Dicen que el asunto es muy simple. El dinero que aporta el estado para que los bancos puedan hacer frente a sus obligaciones de deuda a corto y medio plazo, debería de estar disponible, al menos, para que otros puedan administrar inicialmente un capital para poder llevar adelante su propia iniciativa de trabajo. Lo curioso del tema es que los bancos siguen prestando dinero, pero, como es obvio, no como lo venían haciendo hasta ahora. En este momento sí se exigen garantías para obtener un crédito, porque sería una contradicción pretender prestar dinero, y no exigir mayores garantías para devolverlo que las que se venían exigiendo hasta que se avecinó la crisis. Si el estado aporta a los bancos un capital para poder garantizar su solvencia y, de paso,  mostrar cierta inmunidad frente a las deudas que estas entidades contraen por la desarraigada situación económica de algunos estados y de otros organismos públicos y privadas, está clarísimo que prestar “de cualquier modo” contribuiría a todo lo contrario, es decir, a la insolvencia absoluta. Además, sinceramente, el no exigir “solvencia” al que contrata un crédito es prácticamente lo mismo que asumir el riesgo de la iniciativa que se pretende crear con él. Exigir un compromiso para hacer frente a las deudas contraídas por la concesión de un crédito para llevar adelante una actividad, lleva implícito en sí mismo, que el que capitaliza el negocio asume la responsabilidad que se requiere para poder llevar a buen término su iniciativa y, en todo caso, que no contribuya a que la sociedad y los bancos acaben inflando burbujas que luego degeneran nuevamente en una crisis de solvencia e insostenibilidad como la que “disfrutamos”. En muchos ocasiones, un negocio no es fruto de disponer previamente de un gran capital, ni de pensar que a golpe de crédito garantizaremos el futuro del mismo, en muchas ocasiones es fruto de un gran esfuerzo personal y de mucha creatividad. Acuerdos con los proveedores brindando servicios a cambio de mercaderías, créditos comerciales a través de ellos y no de los bancos, dejar productos a consignación y cobrar a medida en que se venden, acuerdos con proveedores que nos puedan brindan equipos a cambio de la publicidad, o simplemente buscar un socio que esté dispuesto a aportar parte del capital participando de nuestro iniciativa, son unas de tantas estrategias que nos alejen de depender de los bancos para poder llevar adelante nuestro negocio, ya que depender de los bancos para salvar nuestra situación al final siempre será una ruina.

lunes, 2 de enero de 2012

Un relato sobre lo esencial: La Otra



            No esperaba que a nadie le importara por qué pretendía huir de mí misma. Un sol espléndido y un pretexto peregrino, ¡y a volar!. Así fue mi último día de asueto, alejada de los míos y del ajetreo cotidiano, deambulando sola, sin rumbo por los campos dorados que con tanta frecuencia pateaba en mi infancia, mecida por el agradable aire fresco de aquel día. Los años se echan encima, la conciencia me mata y reprueba cada minuto de vida que se esfuma, un tiempo contable que sólo parece estar disponible para superar cada día la renta de cualquier otro. Dios mío, no quiero morir olvidando esos esplendorosos campos que fluyen hacia ese horizonte azul inalcanzable, hacia ese espacio abierto que hace que la ansiedad mute de forma natural hacia el sosiego, hacia esa quietud donde el principio y el fin se encuentran como en una quimera, hacia ese rincón donde me podría abandonar sin dolor el tiempo. Por fin soy yo, la otra, la de un día imprevisible, esa niña mona que pretende huir de su ajetreada monotonía, para no dejar de vivir antes de disfrutar de un holgado traje de pino.