No son las políticas económicas
populistas las que a medio y largo plazo mejorarán la situación. Es
difícil que la gente pueda entender que las cosas dejaron de
empeorar, cuando los únicos índices que se manejan son las cifras
del paro y los registros periódicos de la prima de riesgo y de la
bolsa. Siguiendo estos índices es imposible analizar con cierta
profundidad el estadio de la crisis, e intentar valorar con seriedad
el efecto de las medidas que se adoptan para contribuir a reparar la
coyuntura económica. Aún así, hay quién sigue apostando sin pudor
alguno por las políticas que nos han traído hasta aquí, a este
desarraigo económico que nos viene estancando e impidiendo
prosperar, haciendo hincapié única y exclusivamente en la deriva de
estos “pseudo-índices”. Aumentar el gasto público para paliar
la situación, subvencionando y motivando artificialmente la
economía, esperando que puntualmente mejore el desempleo al amparo
de la socialización del riesgo de cualquier incierta iniciativa de
trabajo que se preste, es un error descomunal. Pan para hoy, hambre
para mañana. El goloso estómago estatal no puede seguir viviendo a
cuenta de generar déficit que inoportunamente puede llegar a dejar
de afrontar. Ejemplos tenemos en algún momento de la historia
latinoamericana, donde algunos países llegaron a tener un desarrollo
impresionante, con una clara tendencia a seguir los pasos de
Australia, Suiza, Canadá o de Los Estados Unidos de América, pero
con la llegada del populismo y las dictaduras, con políticas destinadas siempre a
calmar a la gente en la inmediatez, destruyendo la competencia,
ahuyentando la inversión foránea, comprometiendo la innovación,
dilapidando el erario público, etc., provocaron un dramático
estancamiento. Ese estancamiento arraigó en el ADN de esos países,
obligándoles a orbitar permanentemente en una espiral de declive al
estar atrapados en una idiosincrasia subsidiada, convirtiéndose en
tabú hablar de productividad y de una estructura económica más
eficiente, para no desbaratar las pretensiones de espantosos
gobiernos que solían y suelen perpetuarse gracias a todo esto, pero
que nunca fueron ni serán capaces así de resolver el dilema que
curiosamente los acreditan, el dilema de la resolución de la
pobreza. Nosotros debemos pagar nuestras deudas, pero es mejor vender
patrimonio, racionalizar los gastos y servicios, que freír a la
sociedad civil a impuestos para sostener una estructura
administrativa y territorial, que al ser imposible de mantener, actúa
como un puto lastre que nos ahoga a todos, menos a los que viven muy
bien a su cuenta. Está pendiente la reforma estructural para no
asfixiarnos en los próximos años, está pendiente mejorar la
formación de nuestros jóvenes inculcándoles el compromiso y el
esfuerzo en el estudio como pilar básico para que puedan en el
futuro hacerse dueños de su propia vida, falta eliminar todo tipo de subvenciones, incentivando la inversión permutando carga impositiva por
capital comprometido en la financiación productiva, y falta ese afán
de superación en una sociedad que no acaba de creer en sí misma.
Afrontar una crisis masiva, como una oportunidad individual y
colectiva que cambie el rostro de un país anclado en una gran
mentira durante años, es nuestro reto.
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