domingo, 5 de febrero de 2012

La esencia de la demagogia: "Rico" versus "pobre"


        Ni Aristóteles, después de más de dos mil años influyendo intelectualmente en nuestra historia, pudo contribuir a que se disociara la democracia con la demagogia, convirtiéndose habitualmente el gobierno del pueblo en lo que el gran historiador griego Polibio denomino “oclocracia”, el gobierno de la muchedumbre, una masa biopolítica que se apunta para solucionarlo todo, pero que nunca se hace responsable de nada. Los demagogos suelen reconocerse porque se arrogan como únicos con derecho a interpretar y gestionar los “intereses” de las masas, encauzando hábilmente esos difíciles momentos históricos o políticos para conquistar o perpetuarse en el poder, personalizando las candidaturas, manipulando los medios, recurriendo sistemáticamente a las polarizaciones absolutas, como el bien y el mal, el rico y el pobre, la corrupción y la “pureza”, el atraso y el “progreso”, y como colofón de su retórica, el uso de palabras mágicas como “alianza”, “paridad”, “justicia” “equidad”, “cambio”, etc., imprecisos conceptos para manejar a la peña apelando a bombo y platillo al psicodrama emocional, bloqueando con ello a todo aquél que ose cuestionarlos.
    La trasnochada demagogia populista de ir contra los “ricos” parece colarse entre la “intelectualidad” más “seria” del País de las Maravillas, apelando a que éstos, los “ricos”, deben ahora expiar sus pecados cargando con el sufrimiento ocasionado a los “pobres”, por supuesto, pagando mucho más al fisco que nunca.
    Curiosamente, “contribuir” para que un país supere su “fracaso”, no es precisamente fustigar al “rico” con impuestos, sino que es estimular a todos aquellos que pueden y tienen, para que contribuyan a tejer una estructura productiva que pueda alejar de la miseria a millones de parados que han quedado sin trabajo, entre otras cosas, por la ineptitud de demagogos como los que nos gobernaron recientemente. El “rico”, asociado al discurso demagógico de los que hoy son oposición, estaba establecido por decreto para todos aquellos que ganaban más de 50.000 €, quizás porque “sisándoles” la pasta a cualquiera como fuera, lavaran la cara de alguno que nos gobernó sin criterio durante ocho acrísimos años.
    En fin, gravar seriamente a aquellos que disponen de un capital porque simplemente son “ricos”, ricos por el esfuerzo constante e ininterrumpido que hacen para llevar adelante sus propias iniciativas de trabajo y de progreso, sin pensar que posiblemente sean la única opción que nos quede para poder remontar la miserable situación en que vivimos, es un error. El “rico” que contribuya a mejorar la condición de los demás, no debiera ser el chivo expiatorio donde se asienta la demagogia de aquellos que nunca han tenido oficio ni beneficio alguno, pero que pretenden gobernar abanderando la demagogia del “rico pobre” para ocultar su verdadera incapacidad para poder hacerlo realmente. 
    El último congreso de la oposición nos devuelve más de lo mismo, más delirio y más demagogia, un pecado capital de la “socialdemocracia” ibérica, una desgracia como tantas en el siglo XXI, que arraiga porque aquellos pilares donde se sustenta una sociedad solvente, como la educación, no hay por donde cogerla.
    Los verdaderos ricos se ocultan como pobres entre esos laberintos legales que la parroquia política nunca ha querido tocar, supongo, porque de los pobres también viven "muchos".

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