lunes, 2 de abril de 2012

Cien días



Me pregunto  si cien días pueden derivar en el 24% de paro que padecemos. Para mí está claro que no. Algo fue mal, más allá de la crisis. En este país, la clase política ha desbarato, como en ningún otro, el valor del esfuerzo, del compromiso y del trabajo duro, como herramientas incuestionables para contribuir entre todos al progreso de una nación. Lo que se dice “nación”, en fin, “un concepto discutible y discutido” –decía así el primor cerebral que capitaneó el barco durante los últimos ocho años­–, parece no apreciarse, y más que una nación, parece una latitud casi expatriada. Durante esos funestos años, lo que mejor despachaba ese gobierno era la oportuna rectificación a cualquier ley esbozada, y las planteadas lo eran “ad hoc”, hechas de forma oportuna para atender a los intereses de grupos que pudieran garantizarle unos votos, evitando así comprometer la poltrona de alguna manera. Durante el contexto de un gobierno de espanto como el de los últimos años, y aunque se presumía que los sindicalistas tenían agarrados por los “güevos” a los empresarios para que ningún trabajador pudiera dejar de serlo por una caprichosa obstinación de los "malvados" patronos, lo cierto es que la espiral de paro se volvió exponencial, convirtiéndonos en los “unemployment champions League”, es decir,  los campeones de la liga mundial del paro, como diría el “mejor” presidente de nuestra democracia. De poco vale la procesión de sindicalistas y empresarios por magistratura cuando los "amos" no tienen ni patrimonio ni nada, acabando los procesos en papel mojado, ya que donde no hay, no se puede sacar. Ahora, cuando el nuevo gobierno crea una ley que reduce los riesgos que los empresarios deben asumir para comprometerlos en otra espiral muy distinta a la del paro, es decir, en la creación de empleo y puestos de trabajo, los campeones de la liga del paro sólo hacen hincapié en ciertos aspectos de la nueva ley, tachándolos de señuelos de la esclavitud, omitiendo la letra pequeña que los hacen prácticamente iguales a los del resto de Europa. Aunque hay empresarios usureros y desaprensivos que no dudarán en aprovechar la legislación para saldar alevosamente muchos de sus dispendios, también hay empresarios "buenos" que lo perdieron todo, que han avalado con su patrimonio las últimas nóminas que podían pagar, esperando que los trabajadores y los sindicatos estuvieran a su altura para poder evitar la quiebra de sus empresas, y no fue así. Está claro que ahora deben madurar todos, empresarios y trabajadores, dando muestras de responsabilidad a la hora de intentar crear ese tejido productivo, que con premura se necesita para evitar nuestro fracaso como país, y más adelante, cuando las cosas mejoren, se podrán abordar y garantizar cuestiones más allá de la urgencia vital que ahora padecemos.

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