viernes, 21 de septiembre de 2012

Un erizo entre el cemento urbano


Endulzo la vida a tres simpáticos gatos callejeros, cuya madre era una gata carey maravillosa a la que siempre tengo presente en mis oraciones, ya que no dejo de pensar en ese sexto sentido que tenía para susurrarme cosas curiosas. Los felinos en sí mismos son hermosos, pero hay algo más en ellos que los hacen genuinos, como esa forma peculiar y única de maullar a aquel que realmente les quiere. En fin, hoy repartí la comida entre los gatos, y mi viejo amigo el erizo común también comió, que huye desesperado de su hábitat para probar suerte en el durísimo mundo del cemento urbano. En el país del choriceo es delito echarle una mano a los “seres vivos” para que no sean pasto de esta espantosa crisis, de una dura crisis que todo lo niega, ni pan ni agua para nadie, que obliga, incluso a los erizos, a buscarse la vida en la calle. Nunca había visto en este país el patético rostro del desarraigo, el rostro de la gente buscándose la vida entre los contenedores o los desechos del supermercado, el avergonzado rostro de uno que en medio de la noche iba comiendo los “gusanitos” tirados por los niños en la calle, el famélico rostro de otro que comía lo que yo les echaba a los gatos. Este país tocó fondo en el abismo de la crisis, una crisis que se fraguó sigilosamente al haber dejado todos de asumir compromiso alguno más allá del sálvese quién pueda, de intentar resolver la vida lo mejor posible aferrándonos a lo más peyorativo del billete. Un país expatriado, paradójicamente engullido por la demagogia y el delirio del patrioterismo, de esa salsa que algunos manejan muy bien como cortina de humo para sazonar los problemas y seguir viviendo como auténticos virreyes, eso sí, con el atenuante de contar con una aprobación inusitada. Unos cuantos políticos más duermen esta noche en el trullo, un mal presagio de un futuro poco halagüeño, y que nos abre las puertas a las cloacas del realismo mágico de la política bananera. Todo parece un desgüeve en este país, pero vivo con la esperanza en la vida eterna porque mi querida gata cuando fenecía asumía que soñaba, y susurró que su partida era algo mejor y de mayor fortuna de lo que creía, sin tener la menor duda de que volveríamos a vernos. Descanse En Paz.

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