sábado, 17 de septiembre de 2011

Racionalizar la Administración es de justicia social.


6 A.M. En el País de las Maravillas miles de esclavos de su trabajo se aferran a las persianas de sus pequeños negocios, coches o furgonetas, para poder sobrevivir, y al mismo tiempo, aportar liquidez a una voraz administración, una administración que durante años los viene observando de soslayo, y una sociedad que en muchas ocasiones no tiene reparo en tildarlos de defraudadores antes que de contribuyentes. Son los autónomos y pequeños empresarios, aquellos que con coraje se aferran a su trabajo para que éste no los deje en la estacada, aquellos que más puestos de trabajo generan y mantienen a largo plazo, aquellos que cobrando solamente el trabajo que realizan, un pequeño despiste puede fácilmente dejarles sin oler el pan de cada día, aquellos que una baja es un hecho irremediable, y recurrir luego a la familia o al amigo para poder cubrir las deudas que se echan encima, es normal.

8 A.M. En el País de las Maravillas miles de “servidores públicos” se ubican en sus guaridas laborales, con sus rostros distendidos por su privilegiado estatus laboral, por esa condición de perpetuidad inalterable, legitimada sobre todas las cosas por una “durísima” oposición, o por cualquier otra condición que la magnánima maquinaria política requiera, por ejemplo, para poder sentenciar una apretada “disputa” política, ganar o perder  unas elecciones, para poder entendernos mejor. La administración pública sigue inexorablemente su camino, no en base a una eficiencia y a un servicio público contrastado, sino, en general, al devenir “placentero” del trabajo que su estatus suele reportar.

10 A.M. Un ejército de privilegiados liberados sindicales y políticos de tercera, normalmente servidores del Partido de los “Trabajadores”, se ubican en cualquier minarete, presencial o virtual, que invite a la “motivación” social contra el gran enemigo del pueblo: los liberales, la “derecha extrema”, el capitalista (el que arriesga la pasta) y el capitalismo en general, la monarquía, la Iglesia, la Bolsa, el especulador malo (el bueno está dispuesto a perder dinero por “la causa”), el Partido del Pueblo (normalmente cualquiera de la oposición “antisocial”), y cualquier otra entidad que no sea la suprema, la del “trabajador”.

            Ni que decir tiene, todos ellos se deben a su amo, a un pródigo gobierno que los unta debidamente para que la agitación social no llegue a su puerta; obviamente, en cualquier otro lugar, dentro de la compleja división de poder que el maravilloso país tiene en diecisiete mil nacioncillas deficitarias, el devenir de algún cambio, propuesto sensatamente para salvar los muebles por algún partido liberal o no, conllevará una agenda de agitación sindical propia del cariz decimonónico que arraiga, por los siglos de los siglos, en el verticalismo sindical que impera en el quimérico país.

 11 A.M. Una pareja de jubilados acaba de echar un “polvo” antológico. El cero y la nada juntos se ciñen en su regazo, y escapar al frío invierno con la congelada pensión y el incremento del coste de la vida no permite otra cosa. El que pretende ser heredero del trono echa un pulso al “rico”, y acaba de recuperar uno de los impuestos más injustos que existen: el de patrimonio. Aunque sea de forma temporal, pagar varias veces por el mismo bien, conseguido con el trabajo y el ahorro de toda una vida, incluso birlándole la pasta al “rico”, no es razonable; sobre todo, como es de sobra conocido, instaurado para pretender que el gobierno esté presentable antes de las próximas elecciones, transfiriendo a quién sea el fiasco generado por sí mismo al haber hecho gala de una manifiesta incompetencia, que han hecho del dinero de todos, que no era de nadie, el hueco más grande de la reciente historia económica de este fascinante país. Los palos de ciego tocaron la piñata, y el caramelo está servido para todos aquellos que aprendieron a vivir de la prodigalidad de un gobierno, que con la manida etiqueta de “lo social”, no ha dejado de soltar billetes con esa alegría propia de quienes nunca han generado uno.

12 P.M. Un currante toma el fresco vislumbrando desde su balcón el perímetro de su calle. A pesar de la tenue luz de las lámparas de bajo consumo, prodigadas frívolamente por la regencia del estado, el tapetum lucidum de las retinas de un grupo de gatos callejeros reciclan mejor la escasa luz, que los “impresentables” los billetes de las retenciones y el IVA que le sisan al proletario. De nada valen los impuestos, si el que los administra desconoce lo duro que cuesta ganarlos. Ni oficio ni beneficio alguno ha sido conocido por el caudillaje de demócratas. La fría ruina en toda regla. Miseria por donde vayas. A pesar de todo, el taconeo de una sublime “hembra”, que se exhibe insinuándose ciñendo a sus turgencias la sedosa prenda oriental que la cubre, hace esbozar una sonrisa irónica al penúltimo hombre del día que pierde su contrato indefinido.

            La conciencia genera monstruos solamente cuando se duerme, y el presi se enchufa un micro enema en mitad de la noche porque no puede ya conciliar el sueño. El canal subliminal del mantra de la “sostenibilidad” ya no pudo liberar su mente de las pesadillas acumuladas entre las tinieblas. Esperar que la providencia se haga cargo del fin ha generado una realidad insostenible. Millones de parados tienen cada vez más dificultades para sobrevivir, y el sueño de una noche de espanto del carismático líder, agoniza entre el estremecedor ruido que genera la cisterna del retrete, después de que el citrato trisódico consumara su efecto.

            No puede ser más burdo el final de este onírico retrato, que refleja la intrahistoria de los sufridos anónimos que cada mañana sostienen con su esfuerzo, además de sus familias, el nutrido dispendio que requiere mantener la preservable condición publica del bucólico País de las Maravillas.

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