Últimamente me cuesta generar algo de poesía financiera,
esos cantos que les brindo tardíamente sobre la incertidumbre de la “pasta”.
Todas las mañanas despierto con la radio escuchando una cacofonía de
comentarios delirantes, que no cesan de echar la culpa de todo lo que nos pasa
a los demás. Hasta en alguna comida que he asistido, se hacía hincapié de
nuestra débil condición económica respecto a los países del norte y a una nueva
pretensión expansionista de Alemania, al estar urdiendo una trama para la
conquista económica de Europa, una conspiración propia del “Nuevo Milenio”. En
fin, menos comprometernos seriamente en llevar a cabo las reformas necesarias
para reducir apreciablemente el gasto en el sector público, y animar al sector
privado a tomar la iniciativa para disponer de un mayor aporte de dinero y
reducir así nuestra demanda de crédito en los mercados, cualquier cosa nos
vale. El problema es que en Europa nos conocen mejor de lo que creemos, y
aunque nos empeñemos en decirles que somos muy buenos, y hacemos los deberes,
nadie nos cree. Esto se llama desconfianza, y las curvas de la desconfianza son
divergentes, y las viven todos los días los ciudadanos en la radio y en la tele
como si fuera un “soul”: la curva de la Prima de Riesgo y la de la Bolsa. Si se
fijan, la “prima” va hacia arriba, y la “bolsa de la pasta” hacia abajo. Todo
un baile de “ochos acostados” que se revuelcan como en un buen “polvo”, pero
que tardan en volverse boca arriba como sería preceptivo, porque el ardiente
mundo del dinero no les da un minuto de respiro. En el fondo, Merkel sólo
quiere hacernos un poco más alemanes, pretendiendo que imitemos un modelo
semejante al suyo, y que aparte de recibir la pasta, recibamos otros
atributos que garantizarían nuestro futuro como país, devolviéndonos una
serenidad perdida por la incapacidad en los últimos años de mantener la cordura
y la compostura económica e institucional. Así, aparte de poder garantizar el
pago de nuestras deudas, podremos mantener nuestra calidad de vida sin estar
pendientes ansiosamente de la oportuna compra de la deuda por los mercados,
rezando para que no se colapsen y nos dejen sin liquidez, que eso sí sería un
desastre.
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