sábado, 2 de junio de 2012

El despertar


Últimamente me cuesta generar algo de poesía financiera, esos cantos que les brindo tardíamente sobre la incertidumbre de la “pasta”. Todas las mañanas despierto con la radio escuchando una cacofonía de comentarios delirantes, que no cesan de echar la culpa de todo lo que nos pasa a los demás. Hasta en alguna comida que he asistido, se hacía hincapié de nuestra débil condición económica respecto a los países del norte y a una nueva pretensión expansionista de Alemania, al estar urdiendo una trama para la conquista económica de Europa, una conspiración propia del “Nuevo Milenio”. En fin, menos comprometernos seriamente en llevar a cabo las reformas necesarias para reducir apreciablemente el gasto en el sector público, y animar al sector privado a tomar la iniciativa para disponer de un mayor aporte de dinero y reducir así nuestra demanda de crédito en los mercados, cualquier cosa nos vale. El problema es que en Europa nos conocen mejor de lo que creemos, y aunque nos empeñemos en decirles que somos muy buenos, y hacemos los deberes, nadie nos cree. Esto se llama desconfianza, y las curvas de la desconfianza son divergentes, y las viven todos los días los ciudadanos en la radio y en la tele como si fuera un “soul”: la curva de la Prima de Riesgo y la de la Bolsa. Si se fijan, la “prima” va hacia arriba, y la “bolsa de la pasta” hacia abajo. Todo un baile de “ochos acostados” que se revuelcan como en un buen “polvo”, pero que tardan en volverse boca arriba como sería preceptivo, porque el ardiente mundo del dinero no les da un minuto de respiro. En el fondo, Merkel sólo quiere hacernos un poco más alemanes, pretendiendo que imitemos un modelo semejante al suyo, y que aparte de recibir la pasta, recibamos otros atributos que garantizarían nuestro futuro como país, devolviéndonos una serenidad perdida por la incapacidad en los últimos años de mantener la cordura y la compostura económica e institucional. Así, aparte de poder garantizar el pago de nuestras deudas, podremos mantener nuestra calidad de vida sin estar pendientes ansiosamente de la oportuna compra de la deuda por los mercados, rezando para que no se colapsen y nos dejen sin liquidez, que eso sí sería un desastre.

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